En los tiempos de Maricastaña, había un pueblito cuyos habitantes vivían encogidos y asustados, los ojos siempre bien abiertos, saltones y vigilantes. Tenían miedo porque en lo alto de la montaña negra que daba sombra al pueblo estaba el castillo de la bruja que con su escoba todo lo barre y estruja, y se comía los niños crudos.
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